sábado, 25 de septiembre de 2021



                                AFTERGLOW


                                              a Alejandra Pizarnik

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Apagué el cigarro y se encendió la noche, esta nitidez despiadada llega sin avisar, en la oscuridad las palabras galopaban furiosamente sobre mi cuerpo.

Esta complicidad sanguinaria, este hundirse lentamente en el vértigo de los días olvidados, estas sombras insaciables que recorren sigilosamente los pasillos de la infancia.

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Siluetas espectrales orbitan al centro de la memoria, los días conocen el sabor de nuestra sangre y el ritmo sombrío de las desintegraciones que nos invaden.

Esta lluvia negra de gritos incendiados, este sonido de pasos sobre cristales rotos, este arrojarse a la siniestra belleza que inunda la totalidad de nuestros silencios.

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La majestuosidad de sangrar anocheceres, la hermosura de los espejos heredados, el suplicio de indagar hasta los huesos para llegar a lo invisible.

Este vagar indefinidamente entre derrumbes luminosos, este vivir para fundar uniones con lo funesto, este despertarse abruptamente dentro de un ascensor que cae sin fin.

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Se nos expuso la futilidad de toda búsqueda, este mundo es un ataúd gigante en donde asistimos a la inagotable cascada de instantes habitados por una pulsión corrosiva.

Una lucidez aplastante nos sumerge en la densidad última, en la danza fúnebre de otra jornada, en la perfecta armonía de toda extinción.

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Se apagó mi sombra y se encendió la eternidad, esta claridad pulverizante amanece como una lluvia de cenizas desglosando muros internos.

Vivo sin mí hace rato, estoy hecho de alianzas con lo inmóvil, de desgarramientos musicales, de reuniones secretas con la nada, de inmersiones en escaleras que conducen a la ausencia.

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